A veces tenemos que aprender a enfrentarnos a los dragones que habitan nuestro interior.
Y creedme, esas son las batallas que merece la pena escuchar.

22 de marzo de 2014

Ayer entendí, por fin, por qué llamé a Otoño de ese modo, al igual que a Invierno, Primavera y Verano. Éstos nunca han sido sus nombres reales, claro. ¿Quién llamaría Invierno a su hijo? Supongo que poca gente, pero es que realmente merecían ese nombre. Fueron mis cuatro estaciones y cada uno de ellos trajo una cosa distinta a mi cuerpo.

El primero en llegar fue Verano. Por aquel entonces yo no era más que un borrón de tinta negra entre un montón de manchas grises. Pero Verano era el color, el calor, el cielo despejado y las tormentas de agosto. Qué os voy a contar que no sepáis. Le amé, como los pájaros aman el sol y cuando se marchó, cuando se convirtió en una mancha gris, le esperé como los críos esperan los días de junio. Pero el verano no vuelve a llegar hasta nueve meses después.

Después apareció la alocada Otoño. Ya os hablé algo de ella, de cómo la conocí. Verano aún seguía en mi vida cuando Otoño llegó, pero ya se veía como algo distante, algo que no volvería hasta dentro de mucho tiempo. Otoño fue, en cierto modo, la que que me ayudó a comprender que las hojas caen, que el frío vuelve, que el viento nos arrastra y que muchas veces hay que dejar que se lleve las cosas. Cuando Verano desapareció del todo, Otoño se quedó conmigo, aunque no mucho más.

Su lugar lo ocupó Invierno. Invierno me congeló el corazón del todo. Hizo que olvidase los días de calor de Verano, hizo que los colores de Otoño desapareciesen. Todo volvió a ser gris, como al principio, pero me dio seguridad, me dio fuerzas para seguir. Después de un verano seco y un otoño revuelto, la vuelta a la normalidad me sentó bien, me hizo recordar que podía volver a ser yo misma, que sobreviviría y que el calor vuelve.

Invierno también pasó, y llegó Primavera, un leve recuerdo de que el calor estaba ahí, que el color volvía a despertar emoción en mis pupilas. Pero de nuevo la primavera está pasando.

¿Y qué hay? Dragones, llamas de dragones. Y cenizas. ¿Renaceré? Quién sabe. Quizás sólo necesita contaros esta historia para que los dragones dejen de quemar y yo vuelva a resurgir...

¿Por dónde empezar...? Supongo que por el principio. Por los primeros días de calor, los últimos de la primavera. Conocí a Verano a mediados de abril. Y es ahí donde empieza nuestra historia.

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